El feng shui estudia cómo una determinada construcción influye en nosotros en un tiempo determinado y en virtud de la orientación, el magnetismo terrestre, el entorno y la función de cada espacio.
Recordemos que en su origen el universo es vacío y que todo surge de la vacuidad. Con la unidad surge el potencial, todo existe pero sólo en estado latente. Con la dualidad se forman los opuestos, aparece el movimiento, lo extremos empiezan a relacionarse y en la combinación de dos elementos nace uno nuevo. Una característica fundamental del Universo es la tendencia a la creación.
La fuerza energética que impregna todos los cuerpos y el aire que respiramos se llama Chi, según el pensamiento Taoísta. El Chi se puede considerar como la energía que activa el universo. Los médicos chinos explican que el organismo envejece porque la energía del Chi se vacía durante el término de una vida.
El Chi se condensa y se dispersa en ciclos alternativos de energía positiva y negativa y se materializa en diferentes formas y aspectos. No se puede crear ni destruir. El cambio, el Chi, es movimiento pero además, mantiene todas las cosas unidad.
El feng shui estudia qué tipo de Chi llega a una casa según su orientación magnética, según cómo ese Chi recorre la casa a través de las habitaciones y pasillos, entrando y saliendo por puertas y ventanas, dónde se acelera o estanca y cómo puede corregirse ese flujo energético con la correcta aplicación de este arte.
El feng shui trata de dirigir o capturar el Chi para que éste resulte benéfico.